Si el lector o la lectora de este libro quisiera llevar más allá la mera discrepancia con su autor y tratar de detectar los pecados y deformaciones que le animaron a escribirlo (y ciertamente he percibido que aquellos que alientan en público la caridad, la compasión y el perdón suelen tener tendencia a adoptar este curso de acción), entonces no tendrá únicamente que discrepar con el incognoscible e inefable creador que, presuntamente, decidió crearme como soy. Tendrán también que mancillar la memoria de una mujer buena, honesta y sencilla, con una fe sólida y sincera, llamada Jean Watts.
Cuando era un niño de unos nueve años y asistía a un colegio de los confines de Dartmoor, al suroeste de Inglaterra, la misión de la señora Watts consistía en instruirme con sus lecciones de ciencias naturales y también de las escrituras. Nos llevaba a mí y a mis compañeros a dar largos paseos por una zona particularmente adorable de la hermosa tierra en que nací y nos enseñaba a distinguir entre sí las diferentes especies de aves, árboles y plantas. La sorprendente diversidad que se podía hallar en un seto de arbustos; la maravilla de un puñado de huevos descubiertos en un recóndito nido; cómo cuando te picaban las ortigas en las piernas (teníamos que llevar pantalones cortos) crecía muy cerca una balsámica acedera de la que echar mano: todo esto ha permanecido en mi memoria del mismo modo que el «museo del guardabosque», en el que los campesinos del lugar exhibían los cadáveres de ratones, comadrejas y demás alimañas y predadores supuestamente suministrados por alguna deidad no tan benévola. Si uno lee los imperecederos poemas rurales de John Clare escuchará la melodía de lo que pretendo transmitir.
Más adelante, en otras clases, se nos entregaba un pedazo de papel impreso encabezado con el epígrafe de «Busca en las Escrituras», el cual remitía a la escuela la autoridad nacional competente encargada de supervisar la enseñanza de la religión. (Junto con las oraciones diarias, esta actividad era obligatoria y venía impuesta por el estado.) Aquel papel presentaba un versículo aislado extraído del Antiguo o del Nuevo Testamento, y la tarea consistía en localizar dicho versículo y, a continuación, contarle a la clase o a la maestra, de forma oral o por escrito, qué contaba el pasaje y cuál era la enseñanza. Yo adoraba este ejercicio e incluso destacaba en él hasta el punto de que (al igual que Bertie Wooster)* solía aprobar la asignatura siendo «de los mejores». Aquella fue mi primera introducción a la crítica práctica y textual. Yo leía todos los capítulos que precedían a aquel versículo y todos los que le seguían para asegurarme de que había captado «lo importante» de la pista inicial. Todavía soy capaz de hacerlo, en buena medida para incomodo de algunos de mis enemigos, y todavía respeto a aquellos cuyo estilo se desprecia a veces calificándolo de «meramente» talmúdico, coránico o «fundamentalista». Este es un ejercicio mental y literario óptimo y necesario.
Sin embargo, llegó un día en que la pobre y querida señora Watts se extralimitó. Tratando ambiciosamente de fundir sus dos papeles de instructora de la naturaleza y profesora de la Biblia, nos dijo: «Así que ya veis, niños, lo poderoso y generoso que es Dios. Ha hecho que todos los árboles y la hierba sean verdes, que es justamente el color que más descansa nuestra vista. Imagináos lo desagradable que sería si, en lugar de hacerlo así, la vegetación fuera toda morada o naranja».
En todo caso, quedé francamente horrorizado por lo que nos dijo. Mis pequeñas sandalias con correa se erizaron de bochorno. A la edad de nueve años yo no tenía la menor idea de lo que era el argumento del diseño inteligente, ni su rival, el de la evolución humana, ni de la relación entre la fotosíntesis y la clorofila. Los secretos del genoma permanecían tan ocultos para mí como lo estaban en aquella época para todos los demás. En aquel entonces, no había visitado enclaves naturales en los que casi todo se mostraba espantosamente indiferente u hostil a la vida humana, cuando no a cualquier tipo de vida. Yo simplemente sabía, casi como si tuviera acceso privilegiado a una autoridad superior, que mi profesora había conseguido confundirlo todo en tan solo dos frases. Son los ojos los que se adaptan a la naturaleza, y no al contrario.
Extracto del libro Dios no es bueno – Alegato contra la religión
Christopher Hitchens
Fin de la buena redacción y la inteligencia.
Nosotros los humanos nos hemos llenado de teorías incorrectas, a las cuales se les ha enmendado la plana por medio de experimentación, observación, replicación y análisis. Así funciona la ciencia. Sin embargo, el lector habrá notado el título de la entrada El dios de los huecos. ¿Qué es esto?
Decidí entrarle a este escrito con el extracto del libro de Christopher Hitchens porque recalca muy bien el pensamiento mágico de muchas personas. No quiero decir que la señora Watts no entendía la relación entre clorofila, la fotosíntesis y la absorción de los colores, a lo mejor sí sabía, pero si no, llenó el hueco de su ignorancia con su concepto de dios.
Subámonos a la máquina del tiempo y tratemos de imaginar lo que creían nuestros antepasados. Antes, muchas personas en muchas partes creían que todo era creado por dios (aún pululan), pero la diferencia a hoy es la hoguera. Si alguien sacaba alguna conclusión contraria a lo que decía la iglesia, podía ir escribiendo su testamento. Los huecos se llenaban con el concepto de dios, y se acabó la historia.
Pero hubo gente inteligente y valiente que poco a poco fueron llenando los huecos con explicaciones lógicas y repetibles.
Antes la tierra era plana, la tierra era el centro del universo, no había teorías de los microbios, ¿astronomía? ni pensarlo.
No es mi intención hacer una cronología con personajes ilustres en ciencia, la lista no cabe, mi conocimiento es limitado, y nunca vamos a terminar.
¿De dónde venimos?
Como ya mencionamos, antes se decía que venimos de dios. Dios creó todo en 6 días, nosotros, los animales, las plantas, todo (y ese super dios, que todo lo puede, se cansó y tuvo que descansar… cada quien). Pero el señor Charles Darwin vino a echar en tierra ese hueco que estaba presente con su teoría de la evolución, específicamente con su libro, sobre el origen de la especies. Ya dedicamos una entrada a Darwin, no tiene caso repetir lo que hizo. Lo que hay que recalcar es que, actualmente, la teoría de la evolución sigue mas viva que nunca, no solo con fósiles, sino con genética, y cada vez se va conociendo más y mas acerca de nuestro ADN, y el de las demás especies. ¿Se ha llenado el hueco completamente? No, y no creo que tenga llenadera. Pero podemos desechar el pensamiento mágico. Aquel que no lo quiera hacer, va en contra de un consenso científico enorme, con toneladas de evidencia. El hueco creado por los creyentes es “no se ha hallado EL fósil que demuestre la evolución”, ni se hallará, así no funciona la teoría.
Pero hablar de Darwin es hablar solamente de las especies. Y la tierra, ¿de dónde viene?
De nueva cuenta, la historia del génesis. Aquí entran unos heroezotes, que en conjunto, nos explicaron cómo se creó la tierra, y el universo. Desde Einstein con su teoría de la relatividad, pasando por Edwin Hubble y sus observaciones que determinaban que había más galaxias, mas allá de nuestra querida vía láctea, las cuales se iban alejando, como si el universo se estuviera expandiendo. Alexander Friedman diciendo que el universo estaba en movimiento constante. Y con la ayuda de la NASA, se construyó el COBE (cosmic background Explorer), AKA, Explorer 66 (le hubieran puesto otro seis) el cual ha confirmado muchos postulados sobre el big Bang. Una buena explicación sobre la creación de nuestro universo se encuentra en recolectivo, en una entrada de control zape.
¿Se ha llenado este hueco? En mi opinión, este es el mas difícil de llenar, aunque contamos con instrumentos que nos dicen la materia de la que están hechos los planetas, las distancias, y los sonidos, nos falta mucho, por falta de lana, y aparte, los planetas están bien pinche lejos.
¿Y los bichos?
Hay que mencionar, que ni las bacterias ni los virus vienen mencionadas en la biblia, ¿será que no se habían descubierto? ¡qué coincidencia!
La gente se enfermaba y moría… castigo de dios. Hasta que llegó el Holandés, Antonio Van Leeuwenhoek, sin educación científica, autodidacta en astronomía, matemáticas y química, que para su negocio de telas comenzó a fabricar lupas, las cuales se convirtieron en microscopios y ayudó a ver los espermatozoides, nos presentó a los protozoarios y a nuestros glóbulos rojos. Este fue el inicio de la revolución de científicos para la teoría microbiana. Luego vino “el biólogo de biólogos”, el italiano Lazzaro Spallanzani el cual rechazó la teoría de la generación espontánea, o la autogénesis con experimentos bastante creativos, que si los analizamos ahorita, son simples por nuestro conocimiento actual, pero en aquellos tiempos fueron una total revolución. No podemos dejar atrás al Francés Louis Pasteur, el cual con sus experimentos, confirmó que los microbios también provenían de otros microbios. Todos ellos, se cuestionaban sus creencias religiosas, sus experimentos iban en contra del pensamiento mágico, pero aún así, envalentados por la curiosidad y el hambre de aprender, se aventuraron a descubrir lo que nos tiene sanos hoy en día. Les recomiendo leer cazadores de microbios, de Paul de Kruif (está en Soriana).
Todo esto está centrado en el dios judeo cristiano, pero nuestros antepasados trataron de explicar el mundo con otros dioses, Poseidón en el mar, Zeus el mero mero, Huitzilopochtli del sol, Tláloc de la lluvia y la fertilidad, y así podemos listar a literalmente miles, los cuales poco a poco fueron desapareciendo ¿Por qué fueron desapareciendo? A medida que se le fue encontrando forma y explicación a nuestro planeta, automáticamente estos dioses se fueron yendo uno por uno. A veces se fueron de golpe y porrazo, léase la inquisición o la conquista. Como dijera George Carlin, “mi dios tiene un pito mas grande que tu dios”.
¿Los huecos están llenos?
Claramente no. Pero ¿alguna vez los podremos llenar? Yo creo que no, y es ahí en donde entra la trampa de este concepto chafa, en cuanto se hace un nuevo descubrimiento que eche por tierra un hueco, el dios de los huecos simplemente brinca a otro, y así nos podemos ir, de esto respira.
No necesitamos conocer “todo” para no creer en dios, en ese caso, todos seríamos creyentes, pero de eso, a querer suplantar las explicaciones aún no dadas, con pensamiento mágico y supersticiones, es irse demasiado lejos.
Con lo que hemos discutido ¿Acaso esto no es prueba suficiente para dudar de dios? Un ser comodino, al cual auto justificamos y enseñamos a huevo. Muchas personas religiosas sacan su última carta de la manga diciendo “pero la ciencia no ha descubierto [inserte aquí algo que no entienda]”. No hay humano que sepa todo, de hecho, entre todos los humanos juntos, no sabemos todo y a lo mejor nunca vamos a saber todo, al menos no en mi estancia en este planeta. Pero es reconfortante leer o preguntar para entender algo y llenar el hueco. El concepto del dios de los huecos es tramposo, sin chiste, no se puede falsar, y lo peor de todo, es que no explica nada.
Cuando era un niño de unos nueve años y asistía a un colegio de los confines de Dartmoor, al suroeste de Inglaterra, la misión de la señora Watts consistía en instruirme con sus lecciones de ciencias naturales y también de las escrituras. Nos llevaba a mí y a mis compañeros a dar largos paseos por una zona particularmente adorable de la hermosa tierra en que nací y nos enseñaba a distinguir entre sí las diferentes especies de aves, árboles y plantas. La sorprendente diversidad que se podía hallar en un seto de arbustos; la maravilla de un puñado de huevos descubiertos en un recóndito nido; cómo cuando te picaban las ortigas en las piernas (teníamos que llevar pantalones cortos) crecía muy cerca una balsámica acedera de la que echar mano: todo esto ha permanecido en mi memoria del mismo modo que el «museo del guardabosque», en el que los campesinos del lugar exhibían los cadáveres de ratones, comadrejas y demás alimañas y predadores supuestamente suministrados por alguna deidad no tan benévola. Si uno lee los imperecederos poemas rurales de John Clare escuchará la melodía de lo que pretendo transmitir.
Más adelante, en otras clases, se nos entregaba un pedazo de papel impreso encabezado con el epígrafe de «Busca en las Escrituras», el cual remitía a la escuela la autoridad nacional competente encargada de supervisar la enseñanza de la religión. (Junto con las oraciones diarias, esta actividad era obligatoria y venía impuesta por el estado.) Aquel papel presentaba un versículo aislado extraído del Antiguo o del Nuevo Testamento, y la tarea consistía en localizar dicho versículo y, a continuación, contarle a la clase o a la maestra, de forma oral o por escrito, qué contaba el pasaje y cuál era la enseñanza. Yo adoraba este ejercicio e incluso destacaba en él hasta el punto de que (al igual que Bertie Wooster)* solía aprobar la asignatura siendo «de los mejores». Aquella fue mi primera introducción a la crítica práctica y textual. Yo leía todos los capítulos que precedían a aquel versículo y todos los que le seguían para asegurarme de que había captado «lo importante» de la pista inicial. Todavía soy capaz de hacerlo, en buena medida para incomodo de algunos de mis enemigos, y todavía respeto a aquellos cuyo estilo se desprecia a veces calificándolo de «meramente» talmúdico, coránico o «fundamentalista». Este es un ejercicio mental y literario óptimo y necesario.
Sin embargo, llegó un día en que la pobre y querida señora Watts se extralimitó. Tratando ambiciosamente de fundir sus dos papeles de instructora de la naturaleza y profesora de la Biblia, nos dijo: «Así que ya veis, niños, lo poderoso y generoso que es Dios. Ha hecho que todos los árboles y la hierba sean verdes, que es justamente el color que más descansa nuestra vista. Imagináos lo desagradable que sería si, en lugar de hacerlo así, la vegetación fuera toda morada o naranja».
En todo caso, quedé francamente horrorizado por lo que nos dijo. Mis pequeñas sandalias con correa se erizaron de bochorno. A la edad de nueve años yo no tenía la menor idea de lo que era el argumento del diseño inteligente, ni su rival, el de la evolución humana, ni de la relación entre la fotosíntesis y la clorofila. Los secretos del genoma permanecían tan ocultos para mí como lo estaban en aquella época para todos los demás. En aquel entonces, no había visitado enclaves naturales en los que casi todo se mostraba espantosamente indiferente u hostil a la vida humana, cuando no a cualquier tipo de vida. Yo simplemente sabía, casi como si tuviera acceso privilegiado a una autoridad superior, que mi profesora había conseguido confundirlo todo en tan solo dos frases. Son los ojos los que se adaptan a la naturaleza, y no al contrario.
Extracto del libro Dios no es bueno – Alegato contra la religión
Christopher Hitchens
Fin de la buena redacción y la inteligencia.
Nosotros los humanos nos hemos llenado de teorías incorrectas, a las cuales se les ha enmendado la plana por medio de experimentación, observación, replicación y análisis. Así funciona la ciencia. Sin embargo, el lector habrá notado el título de la entrada El dios de los huecos. ¿Qué es esto?
Decidí entrarle a este escrito con el extracto del libro de Christopher Hitchens porque recalca muy bien el pensamiento mágico de muchas personas. No quiero decir que la señora Watts no entendía la relación entre clorofila, la fotosíntesis y la absorción de los colores, a lo mejor sí sabía, pero si no, llenó el hueco de su ignorancia con su concepto de dios.
Subámonos a la máquina del tiempo y tratemos de imaginar lo que creían nuestros antepasados. Antes, muchas personas en muchas partes creían que todo era creado por dios (aún pululan), pero la diferencia a hoy es la hoguera. Si alguien sacaba alguna conclusión contraria a lo que decía la iglesia, podía ir escribiendo su testamento. Los huecos se llenaban con el concepto de dios, y se acabó la historia.
Pero hubo gente inteligente y valiente que poco a poco fueron llenando los huecos con explicaciones lógicas y repetibles.
Antes la tierra era plana, la tierra era el centro del universo, no había teorías de los microbios, ¿astronomía? ni pensarlo.
No es mi intención hacer una cronología con personajes ilustres en ciencia, la lista no cabe, mi conocimiento es limitado, y nunca vamos a terminar.
¿De dónde venimos?
Como ya mencionamos, antes se decía que venimos de dios. Dios creó todo en 6 días, nosotros, los animales, las plantas, todo (y ese super dios, que todo lo puede, se cansó y tuvo que descansar… cada quien). Pero el señor Charles Darwin vino a echar en tierra ese hueco que estaba presente con su teoría de la evolución, específicamente con su libro, sobre el origen de la especies. Ya dedicamos una entrada a Darwin, no tiene caso repetir lo que hizo. Lo que hay que recalcar es que, actualmente, la teoría de la evolución sigue mas viva que nunca, no solo con fósiles, sino con genética, y cada vez se va conociendo más y mas acerca de nuestro ADN, y el de las demás especies. ¿Se ha llenado el hueco completamente? No, y no creo que tenga llenadera. Pero podemos desechar el pensamiento mágico. Aquel que no lo quiera hacer, va en contra de un consenso científico enorme, con toneladas de evidencia. El hueco creado por los creyentes es “no se ha hallado EL fósil que demuestre la evolución”, ni se hallará, así no funciona la teoría.
Pero hablar de Darwin es hablar solamente de las especies. Y la tierra, ¿de dónde viene?
De nueva cuenta, la historia del génesis. Aquí entran unos heroezotes, que en conjunto, nos explicaron cómo se creó la tierra, y el universo. Desde Einstein con su teoría de la relatividad, pasando por Edwin Hubble y sus observaciones que determinaban que había más galaxias, mas allá de nuestra querida vía láctea, las cuales se iban alejando, como si el universo se estuviera expandiendo. Alexander Friedman diciendo que el universo estaba en movimiento constante. Y con la ayuda de la NASA, se construyó el COBE (cosmic background Explorer), AKA, Explorer 66 (le hubieran puesto otro seis) el cual ha confirmado muchos postulados sobre el big Bang. Una buena explicación sobre la creación de nuestro universo se encuentra en recolectivo, en una entrada de control zape.
¿Se ha llenado este hueco? En mi opinión, este es el mas difícil de llenar, aunque contamos con instrumentos que nos dicen la materia de la que están hechos los planetas, las distancias, y los sonidos, nos falta mucho, por falta de lana, y aparte, los planetas están bien pinche lejos.
¿Y los bichos?
Hay que mencionar, que ni las bacterias ni los virus vienen mencionadas en la biblia, ¿será que no se habían descubierto? ¡qué coincidencia!
La gente se enfermaba y moría… castigo de dios. Hasta que llegó el Holandés, Antonio Van Leeuwenhoek, sin educación científica, autodidacta en astronomía, matemáticas y química, que para su negocio de telas comenzó a fabricar lupas, las cuales se convirtieron en microscopios y ayudó a ver los espermatozoides, nos presentó a los protozoarios y a nuestros glóbulos rojos. Este fue el inicio de la revolución de científicos para la teoría microbiana. Luego vino “el biólogo de biólogos”, el italiano Lazzaro Spallanzani el cual rechazó la teoría de la generación espontánea, o la autogénesis con experimentos bastante creativos, que si los analizamos ahorita, son simples por nuestro conocimiento actual, pero en aquellos tiempos fueron una total revolución. No podemos dejar atrás al Francés Louis Pasteur, el cual con sus experimentos, confirmó que los microbios también provenían de otros microbios. Todos ellos, se cuestionaban sus creencias religiosas, sus experimentos iban en contra del pensamiento mágico, pero aún así, envalentados por la curiosidad y el hambre de aprender, se aventuraron a descubrir lo que nos tiene sanos hoy en día. Les recomiendo leer cazadores de microbios, de Paul de Kruif (está en Soriana).
Todo esto está centrado en el dios judeo cristiano, pero nuestros antepasados trataron de explicar el mundo con otros dioses, Poseidón en el mar, Zeus el mero mero, Huitzilopochtli del sol, Tláloc de la lluvia y la fertilidad, y así podemos listar a literalmente miles, los cuales poco a poco fueron desapareciendo ¿Por qué fueron desapareciendo? A medida que se le fue encontrando forma y explicación a nuestro planeta, automáticamente estos dioses se fueron yendo uno por uno. A veces se fueron de golpe y porrazo, léase la inquisición o la conquista. Como dijera George Carlin, “mi dios tiene un pito mas grande que tu dios”.
¿Los huecos están llenos?
Claramente no. Pero ¿alguna vez los podremos llenar? Yo creo que no, y es ahí en donde entra la trampa de este concepto chafa, en cuanto se hace un nuevo descubrimiento que eche por tierra un hueco, el dios de los huecos simplemente brinca a otro, y así nos podemos ir, de esto respira.
No necesitamos conocer “todo” para no creer en dios, en ese caso, todos seríamos creyentes, pero de eso, a querer suplantar las explicaciones aún no dadas, con pensamiento mágico y supersticiones, es irse demasiado lejos.
Con lo que hemos discutido ¿Acaso esto no es prueba suficiente para dudar de dios? Un ser comodino, al cual auto justificamos y enseñamos a huevo. Muchas personas religiosas sacan su última carta de la manga diciendo “pero la ciencia no ha descubierto [inserte aquí algo que no entienda]”. No hay humano que sepa todo, de hecho, entre todos los humanos juntos, no sabemos todo y a lo mejor nunca vamos a saber todo, al menos no en mi estancia en este planeta. Pero es reconfortante leer o preguntar para entender algo y llenar el hueco. El concepto del dios de los huecos es tramposo, sin chiste, no se puede falsar, y lo peor de todo, es que no explica nada.
P.D.
Me faltaron más héroes que desafiaron las creencias populares y que algunos sufrieron las consecuencias. Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, Johannes Kepler, Isaac Newton, Antoine Lavoisier, Dimitri Mendeleiev, Francis Crick, James Watson, Robert Koch y un larguísimo etcétera. Si gustan cooperar con sus ejemplos, se los agradezco.
Me faltaron más héroes que desafiaron las creencias populares y que algunos sufrieron las consecuencias. Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, Johannes Kepler, Isaac Newton, Antoine Lavoisier, Dimitri Mendeleiev, Francis Crick, James Watson, Robert Koch y un larguísimo etcétera. Si gustan cooperar con sus ejemplos, se los agradezco.
Me gustaría sugerir a Giordano Bruno.
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